martes, 14 de julio de 2009

Lo real

Este sublime diseño lo encontré en una callejuela de Tui, un pueblo de Galicia.

Y me parece tan hermoso que no tengo nada más que añadir. Suscribo imagen y texto.

jueves, 2 de julio de 2009

Buceando en el caos

Sí, dejé de escribir, como si las ideas se me hubieran acabado de pronto. Tenía un texto preparado para dar continuación al anterior, iba a ser "La Diferencia II". Pero después de leerlo, he decidido que no me gusta. Ya he explicado que el percibirnos diferentes es fundamental a la hora de entender este mundo con luz y oscuridad. Pero eso al final no es más que una consecuencia, más que la causa del problema. Y en este blog no pretendo encontrar soluciones ni mejorar el mundo (para eso está mi activismo militante, véase mi otro blog cuestión de respeto, sino comprenderlo.

Todas las personas con las que hablo me dicen que el mal pertenece al mundo. Que es intrínseco a nosotros y que no puede ser extirpado así de pronto, y me recomiendan que me dedique a otra cosa. Otras muchas me hablan de cómo trascender el mal y cómo encontrar la felicidad. Pero no me interesa lo que pueda hacer yo. Me interesa saber por qué el mundo es así. Finalmente, mi querida compañera de camino y destino, con su aplastante sentido común (del que necesito a grandes dosis) me dice que es necesario el mal para poder apreciar el bien. Y, tras contemplar mi cabizbaja expresión, y sabedora de que no me ha convencido demasiado, termina de rematarme: "sabes que nunca encontrarás la respuesta".

Por ahora no me pronunciaré sobre esta última aseveración. Sé que tengo que adaptarme a este mundo. Sé que suicidarme no es el camino, pues para mi desgracia creo que nada se destruye sino que se transforma, por tanto creo en la reencarnación (no explicaré ahora por qué, es un tema farragoso), y por tanto volvería a encarnar para aprender la misma lección. Tal vez la lección que tengo que aprender en esta vida es adaptarme a este mundo. Y aceptar que el mal está dentro de mi y que el sufrimiento es necesario.

El sufrimiento. El dolor. Células nerviosas transmitiendo impulsos a un centro receptor, normalmente llamado cerebro, que los recoge e interpreta. Adaptativamente es necesario, claro, si sentimos dolor ante un estímulo negativo, para huír de él, para no tomar ese alimento que nos enferma, para que no nos dañe ese otro animal que nos agrede, etc.

Creo que el humano es un ser perverso. Utilizamos nuestro conocimiento intelectual para pervertir la realidad. Engañamos a la evolución creando alimentos que son insanos pero saben bien al paladar. Engañamos a nuestro cuerpo ingiriendo sustancias que nos dan placer alterando nuestro estado de conciencia pero generan adicción y nos van destruyendo. Y utilizamos nuestro conocimiento sobre lo que es el dolor para aplicar formas sofisticadas de causar daño.

En el Silmarillion de Tolkien, Ilúvatar el Único, el Creador de todas las cosas, da vida a los Valar (una suerte de dioses a la griega o latina) y cada uno de ellos nace de una parte de su pensamiento. Uno de ellos, Melkor, alberga pensamientos impuros, siente envidia de los demás, desea hacerse notar, y comienza a albergar más y más odio. Con el tiempo su odio se expresa de múltiples formas, se convierte en el señor oscuro y es causante a la postre de casi todo el mal que asola la Tierra Media. ¿Por qué Ilúvatar el Único no acaba con Melkor? Porque forma parte de él. Porque se corresponde con una parte de su pensamiento. Es la forma que tiene Tolkien de decirnos que el Mal está en nosotros (nada nuevo por otra parte, pero al menos escribe muy bien). Aunque me ayuda a comprender esa pregunta que me hacía de pequeñito (supongo que no soy el único que se la hacía) "si existe Dios, por qué permite que exista el mal?". Porque el mal también forma parte de Dios. Al menos de ese Dios del que nos hablaban en la infancia.

Hoy me siento más incapaz que nunca de arrojar alguna luz sobre la pregunta a por qué existe el mal y el dolor en el mundo. Pero sé que no puedo rendirme. Me moriré sin saber la respuesta, pero sin haber dejado de buscarla un solo día de mi vida.

miércoles, 17 de junio de 2009

La Tormenta

La tormenta desata miedos escondidos, de esos que anidan más dentro de donde puedes hollar con tus dedos. La tormenta destapa vientos que salen de ningún sitio y abofetean tu rostro con fiereza, vientos que chillan fragmentos de verdades incomprensibles. La tormenta tiene todos los nombres y ninguno, y no hay lugar en la superficie de la tierra en el que puedas esconderte. Cuando las gotas de lluvia comienzan a caer sobre la piedra dormida tus ojos entonan una salmodia olvidada, más allá de lo previsible, encima de las pretéritas jerarquías. Cuando la lluvia todo lo empapa y el viento todo lo agita, el espíritu errante busca refugio y no lo hallará en las sombras de todo aquello que está en perpetuo cambio. Las cuevas son húmedas, los refugios frágiles, las álmas débiles. Todos los que danzan al compás del viento se saben huidizos e inacabados, todos los lugares están cubiertos por una capa de mutabilidad aportada por la ignorancia. Sólo hay un lugar donde estar a cubierto, sólo uno donde las sombras dejarán de danzar para siempre. Me sumerjo en tu corazón y desdibujo y deshago todos mis contornos, los aprendidos y los impuestos, los condicionados y los inevitables. Y al final del todo siempre estás tú.

jueves, 11 de junio de 2009

¿Cómo nos sentiríamos?



Su mundo se viene abajo. Miles de años de evolución no les sirven ahora. El hielo seguro para caminar desaparece, sólo hay agua, agua y más agua hasta donde alcanza la vista. La imagen desamparada de estos magníficos reyes del mundo blanco, a pesar de lo mucho que se ha explotado, me sigue impresionando como la primera vez.

Dirán que el mundo nunca ha sido estable. Que siempre han ocurrido cambios que han tirado abajo estructuras y han acabado con especies, segando la vida de millones de individuos. Y que esos cambios a su vez han traído a la vida a otras especies, otros individuos. Y sí, es verdad. Pero yo no estaba ahí para verlo.

miércoles, 3 de junio de 2009

La diferencia

Continuando con el escrito anterior, seguiremos indagando sobre el origen del mal, en averiguar por qué no somos capaces de vivir en paz y armonía, a pesar de que constituye el anhelo de (casi?) todas y todos.

Antes que nada dar gracias por las respuestas recibidas, los comentaristas sois inteligentes y versados y eleváis el "nivel" del blog, todos habéis recorrido vuestro camino espiritual y os habéis hecho muchas preguntas, por eso es de agradecer el compartirlas aquí.

Como ya habréis podido ver en respuestas a comentarios, de momento no quiero entrar en un terreno personal, ni tampoco quiero entrar en trascender la dualidad (aunque al final sí lleguemos a ello), ya que estoy tratando de realizar un análisis paso a paso y no quiero saltarme peldaños.

Habíamos hablado de que la raíz del problema, al menos por el momento, parece ser la incapacidad de sentirse unidos con el resto del mundo, el percibirse separados, y todo lo que eso acarrea. Analicemos por qué.

Desde pequeños se nos educa para destacar la diferencia. ¿En qué somos mejores que los demás? En seguida escuchamos a los niños decir "apuesto a que tú no puedes hacer esto que hago yo". A lo largo de la vida nos vamos etiquetando: yo soy del equipo de fútbol X, tú del equipo Y. Nos etiquetamos y compartimentamos por regiones, ideología política, afinidades musicales y otras muchas cosas. En realidad la sociedad parece que gusta de crear etiquetas para separarnos a unos de otros: ser pro-americano o anti-americano, pro-aborto o anti-aborto, y un largo etc.

Por supuesto los seres humanos somos diferentes, y no somos originales en eso: las marmotas también son diferentes unas de otras, o las gaviotas de una bandada - unas volarán más deprisa y se cansan, otras son más constantes, otras son más agresivas, otras más sumisas.

Entre los humanos hay desde luego grandes diferencias, tanto de evidencia física como psicológicas o de personalidad. Pero no podemos quedarnos enganchados en esas diferencias, y no ver más allá, pues esto es la causa principal de que abandonemos el camino del bien. Si yo considero a alguien diferente, si lo considero ajeno a mi, distinto, externo, que no tiene nada que ver conmigo... en la medida en que sea más fuerte esa percepción de la diferencia, más fácil me resultará hacerle daño. Y ocurren más problemas cuando nos quedamos atrapados por esta percepción de la diferencia:

- El miedo. Tengo miedo de los demás, porque son distintos a mi, porque no los conozco, y entonces podrían hacerme daño. Los animales asustados son los más peligrosos. El miedo, aparte de la problemática que plantea en sí mismo para quien lo padece, es una de las causas por las que unos individuos hacen daño a otros.

- La competitividad. Tratar de ser mejor que los demás. Según cuáles sean los valores que me importen: ser más inteligente, más atractivo/a, saber más cosas que los demás, haber viajado a más sitios, trabajar más eficazmente, lograr mayores proezas físicas, ganar más dinero, tener más posesiones... la competitividad, aunque en ciertos ámbitos como el deportivo y entendida de forma sana puede dar lugar a un espíritu de superación, es el germen de gran parte de la maldad de este mundo. Como ya dijo el maestro Lao-Tsé "sobre todo, no competir".

- La manipulación. La diferencia, convenientemente administrada por quienes manejan el lenguaje, distorsiona y manipula la realidad. A lo largo de la Historia, los dictadores o gobernantes que han querido acallar a todo aquello que no les estorbaba, han hecho uso de esa diferencia para manipular la percepción de esos "otros" que no convenían en cada caso.

- El dominio, la explotación, la violencia.... acciones que sólo puedo ejercer contra quienes son diferentes, separados, ajenos a mi.

Estos son sólo algunos ejemplos que se me ocurren. En general, si analizamos cada una de las razones que hacen que unos individuos ataquen, se enfrenten o hagan daño a otros, encontraremos al final el sentimiento de la diferencia.

En un mundo en el que prima la diferencia, estamos abocados a no entendernos, a separarnos, a mirarnos con recelo entre nosotros y, finalmente, a vivir en guerra. En un mundo en el que prime el espíritu de unidad, en el que nos consideremos parte de todo, o el todo mismo, en el que las diferencias físicas o psicológicas no se consideren importantes porque vamos más allá de ello... ese mundo puede estar mucho más cerca del paraíso de amor,armonía y paz con el que soñamos.

Pero... ¿cómo llegar a ese mundo? Según el pensador Ken Wilber, desde pequeños nos enseñan a trazar una serie de líneas imaginarias que separan y compartimentan nuestra realidad, siendo la primera de esas líneas la que separa nuestro cuerpo del resto del mundo. Según Wilber, esa línea es tan ilusoria como la frontera trazada en un mapa. En posteriores entradas seguiremos analizando la diferencia y su superación. Mientras tanto, un buen ejercicio sería, como hace Wilber, analizar la realidad o falsedad de todas esas líneas que con tanta rotundidad dividen nuestro mundo.

jueves, 28 de mayo de 2009

El muro infranqueable

Cerremos los ojos por un instante e imaginemos cómo sería nuestro mundo ideal. Aquel donde nos gustaría vivir siempre. Dejando de lado diversidades geográficas (unos imaginarán una playa de blanca arena, otros un bosque verde, otros una hermosa ciudad...), sin duda casi todos soñarán en un mundo donde los seres humanos viven en paz, en armonía con ellos mismos y con la naturaleza y los animales. Un mundo en que todos somos iguales, nadie discrimina a nadie, todos se respetan, no existen las guerras, el robo, la corrupción. ¿A quién no le gustaría vivir en un mundo así?

Igualmente, a todos nos horroriza ver imágenes de guerras y conflictos, de miseria, muerte, seres humanos matándose entre ellos, seres humanos matando y torturando animales y destrozando la naturaleza, dolor, tragedia, desolación. Nos angustia, cerramos los ojos y nos sentimos impotentes, y al final, inevitablemente, nos preguntamos ¿por qué?

¿Por qué no lo hemos conseguido? ¿Por qué, si casi todo el mundo aspira a ese estado de armonía, paz y respeto, en la práctica vivimos tan alejados de ese ideal?

Para comenzar a averiguar la respuesta, tal vez sea una buena aproximación preguntarnos: ¿dónde empieza el mal? ¿En qué momento comenzamos a alejarnos de ese paraíso armonioso en el que nos gustaría vivir? En mi última entrada hablé del bien y el mal como una línea continua con distribución normal. Si esto es así, las posiciones situadas hacia los extremos son bastante evidentes (el mal descarado y el bien más obvio), pero las que están hacia el centro son más difíciles de catalogar. Si, por ejemplo, siento envidia por alguien, ¿estoy ya empezando a alejarme del paraíso idílico del mundo en respeto y armonía y comenzando a aproximarme, aunque solo sea un poquito, al infierno de las guerras y la destrucción?

Mi opinión es: sí. Puesto que el mal y el bien forman una línea continua, entre vivir en el paraíso de paz que todos queremos y el infierno de destrucción que todos rechazamos hay muchos puntos intermedios, y si realmente aspiramos a habitar algún día ese paraíso, deberíamos conocer los mecanismos que nos apartan de él.

Existe un enorme muro que nos separa de ese mundo de respeto y paz con el que soñamos. Sería muy positivo saber dos cosas. Una, que ese muro lo construímos nosotros mismos, y otra, saber en qué momento estamos añadiendo ladrillos al muro. Y sospecho que esos momentos son muchos. Y sospecho también que, la mayor parte de las veces, no somos conscientes de ello. Un ladrillo no hace un muro, por eso nos cuesta ser conscientes de nuestra propia responsabilidad en esta fechoría. Pero muchos ladrillos, que vamos poniendo entre todos poco a poco sin darnos cuenta, al final crean una barrera fea, enorme, infranqueable. Y de pronto la vemos y nos preguntamos "¿pero quién ha puesto eso ahí?".

Como el final del mal ya es de sobra conocido (guerras, tortura, muerte...) analizaremos el principio. Cuándo comienza. Cuándo estamos añadiendo esos ladrillos al muro. Creo que son muchos los posibles orígenes. O quizás uno que se manifiesta de muchas formas. Tengo la profunda sospecha de que la verdadera raíz está en el sentirnos diferentes y olvidarnos que somos una unidad. En percibirnos separados. Así, los demás son potencialmente peligrosos, y además no nos importa lo que les ocurra, mientras no nos ocurra a nosotros mismos. Muchos maestros espirituales han hablado de esto. Pero, como de costumbre, no debería servirnos lo que digan otros, deberíamos investigar por nosotros mismos. Porque esas conclusiones son las que nos valen.

En sucesivas entradas analizaremos los posibles motivos que nos hacen apartarnos del mundo idílico en que deseamos vivir. Acaso no es esta la mejor manera de comenzar a vivir en ese mundo. Y quizás entre todos acabemos sacando algo en claro. Mientras tanto, y como siempre, feliz viaje...

miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Cuál es la naturaleza del mal?

¿Por qué existe el mal? ¿Por qué sucede que a alguien se le ocurre hacer daño a otro? Puedo estar con una persona sentado tranquilamente, charlando con ella y transmitiéndole mi afecto y mi apoyo, o bien puedo torturarla. Y entre esos dos extremos hay muchas situaciones intermedias posibles: puedo hablar con ella pero sin transmitirle afecto alguno. Puedo decir cosas aparentemente inocuas pero que sé que, sutilmente, pueden hacerle daño. Puedo gritarle que es un estúpido, o estúpida....

Una de las primeras cosas que me queda clara es que el mal no es algo absoluto. En la realidad dual en que vivimos, la luz y la oscuridad forman una línea continua entre la oscuridad absoluta y la luminosidad más cegadora. Así también ocurre con el bien y el mal. Hay muchos niveles de conciencia y muchas formas de actuar, muchas formas de percibir el mundo y muchas de relacionarnos con los demás. El mal opera en muy distintos niveles, asoma tímidamente la cabeza cuando sentimos celos o envidias, se deja ver un poquito más cuando mentimos o manipulamos, saca la cabeza y el torso cuando traicionamos o cuando somos cómplices de lesiones a otros, y así sucesivamente.

En las formas más sutiles del mal, no nos damos cuenta que estamos operando al otro lado de la línea divisoria. Hemos interiorizado y asumido ciertas conductas como normales, cuando muchas de ellas son altamente cuestionables. Tenemos manía a una compañera o compañero de trabajo, y casi sin darnos cuenta, boicoteamos sus méritos. Vemos un insecto y lo matamos porque nos molesta, sin pensar que estamos destruyendo una vida. Estamos enojados por algún asunto en particular y lo pagamos gritándole a nuestra pareja o a quien tenemos más cerca, que no tiene la culpa de nada.

Si existe una línea continua entre el bien absoluto y el mal absoluto (como entidades ideales, pues no me atrevo a afirmar la existencia de estos dos extremos), es presumible que la conducta de la población se distribuya en esta línea siguiendo una curva normal. Es decir, la mayoría de la población se moverá en torno a la mitad de la línea, alrededor de la división entre el bien y el mal, justo ahí donde no está tan claro qué es el bien y qué es el mal (normal que entonces los relativicemos o dudemos de su existencia). La menor parte de la población se moverá en torno a posiciones más extremas: de un lado, personas espiritualmente avanzadas, filántropos, altruistas, luchadores por el cambio social o simplemente gente bondadosa y amorosa. De otro, todo aquello que el cine y otras artes se deleitan en describirnos: gente asesina, corrupta, estafadora, etc.

Es de tener en cuenta la existencia del mal como algo cuantitativo y no cualitativo, primero porque ayuda a romper mitos: que nadie piense que es siempre bueno o siempre malo, o que se trata de categorías absolutas e incompatibles y que siempre estamos en una de ellas, por ejemplo el bien porque somos buenos/as. Y en segundo lugar, porque al ser un fenómeno gradual, es importante ser conscientes de cuándo hemos traspasado la línea o existe el peligro de que avancemos por ella (suponiendo que nos preocupe no causar mal en nuestra vida, como es mi caso).

En posteriores entradas seguiremos investigando sobre el origen del mal. De momento un primer acercamiento para conocer su naturaleza. Y como siempre, son muy bienvenidas las opiniones de ti que me estás leyendo.

martes, 26 de mayo de 2009

Selig = Ufano, dichoso

Introducción

O la esencia del mal. Vivimos en una realidad que se manifiesta a sí misma en una fastidiosa dualidad. Todos hemos oído que para exista la luz, debe existir la oscuridad, o que para que el bien resalte debe existir el mal. También habremos oído sin duda esas hermosas frases como “el bien y el mal son relativos”, “el mal es relativo” o incluso “al fin y al cabo, qué es el mal”, llegando a la temida “el bien y el mal no existen”.

Creo firmemente que sí existen. Como decía un personaje de aquella película “K-PAX”, que se creía extraterrestre, “el bien y el mal existen, todo el universo lo sabe. Sólo los humanos lo ignoráis”. Por supuesto respondía a una pregunta parecida a las del primer párrafo.

Dicen los maestros que la realidad es una, más allá de la percepción humana. Dicen que el universo es mental, ideación de una Conciencia, escrita así, con mayúsculas. Dicen que el tiempo es una percepción humana, y que los extremos de luz y oscuridad, nacimiento y muerte conforman una realidad dual aparente, la realidad manifestada. La que nos ha tocado a quienes hemos tenido la suerte o la desgracia de nacer en este planeta y en este momento.

En este blog hablaré de todo esto, independientemente de quién me lea, lo haré porque necesito hacerlo y en el tiempo que me ha tocado vivir hay herramientas que lo permiten. Sólo pretendo divagar y por supuesto, expresarme. También incluiré fotografías, vídeos, poemas o lo que me apetezca. A quien llegue hasta aquí, bienvenid@ y feliz viaje en la búsqueda de la Luz.