miércoles, 3 de junio de 2009

La diferencia

Continuando con el escrito anterior, seguiremos indagando sobre el origen del mal, en averiguar por qué no somos capaces de vivir en paz y armonía, a pesar de que constituye el anhelo de (casi?) todas y todos.

Antes que nada dar gracias por las respuestas recibidas, los comentaristas sois inteligentes y versados y eleváis el "nivel" del blog, todos habéis recorrido vuestro camino espiritual y os habéis hecho muchas preguntas, por eso es de agradecer el compartirlas aquí.

Como ya habréis podido ver en respuestas a comentarios, de momento no quiero entrar en un terreno personal, ni tampoco quiero entrar en trascender la dualidad (aunque al final sí lleguemos a ello), ya que estoy tratando de realizar un análisis paso a paso y no quiero saltarme peldaños.

Habíamos hablado de que la raíz del problema, al menos por el momento, parece ser la incapacidad de sentirse unidos con el resto del mundo, el percibirse separados, y todo lo que eso acarrea. Analicemos por qué.

Desde pequeños se nos educa para destacar la diferencia. ¿En qué somos mejores que los demás? En seguida escuchamos a los niños decir "apuesto a que tú no puedes hacer esto que hago yo". A lo largo de la vida nos vamos etiquetando: yo soy del equipo de fútbol X, tú del equipo Y. Nos etiquetamos y compartimentamos por regiones, ideología política, afinidades musicales y otras muchas cosas. En realidad la sociedad parece que gusta de crear etiquetas para separarnos a unos de otros: ser pro-americano o anti-americano, pro-aborto o anti-aborto, y un largo etc.

Por supuesto los seres humanos somos diferentes, y no somos originales en eso: las marmotas también son diferentes unas de otras, o las gaviotas de una bandada - unas volarán más deprisa y se cansan, otras son más constantes, otras son más agresivas, otras más sumisas.

Entre los humanos hay desde luego grandes diferencias, tanto de evidencia física como psicológicas o de personalidad. Pero no podemos quedarnos enganchados en esas diferencias, y no ver más allá, pues esto es la causa principal de que abandonemos el camino del bien. Si yo considero a alguien diferente, si lo considero ajeno a mi, distinto, externo, que no tiene nada que ver conmigo... en la medida en que sea más fuerte esa percepción de la diferencia, más fácil me resultará hacerle daño. Y ocurren más problemas cuando nos quedamos atrapados por esta percepción de la diferencia:

- El miedo. Tengo miedo de los demás, porque son distintos a mi, porque no los conozco, y entonces podrían hacerme daño. Los animales asustados son los más peligrosos. El miedo, aparte de la problemática que plantea en sí mismo para quien lo padece, es una de las causas por las que unos individuos hacen daño a otros.

- La competitividad. Tratar de ser mejor que los demás. Según cuáles sean los valores que me importen: ser más inteligente, más atractivo/a, saber más cosas que los demás, haber viajado a más sitios, trabajar más eficazmente, lograr mayores proezas físicas, ganar más dinero, tener más posesiones... la competitividad, aunque en ciertos ámbitos como el deportivo y entendida de forma sana puede dar lugar a un espíritu de superación, es el germen de gran parte de la maldad de este mundo. Como ya dijo el maestro Lao-Tsé "sobre todo, no competir".

- La manipulación. La diferencia, convenientemente administrada por quienes manejan el lenguaje, distorsiona y manipula la realidad. A lo largo de la Historia, los dictadores o gobernantes que han querido acallar a todo aquello que no les estorbaba, han hecho uso de esa diferencia para manipular la percepción de esos "otros" que no convenían en cada caso.

- El dominio, la explotación, la violencia.... acciones que sólo puedo ejercer contra quienes son diferentes, separados, ajenos a mi.

Estos son sólo algunos ejemplos que se me ocurren. En general, si analizamos cada una de las razones que hacen que unos individuos ataquen, se enfrenten o hagan daño a otros, encontraremos al final el sentimiento de la diferencia.

En un mundo en el que prima la diferencia, estamos abocados a no entendernos, a separarnos, a mirarnos con recelo entre nosotros y, finalmente, a vivir en guerra. En un mundo en el que prime el espíritu de unidad, en el que nos consideremos parte de todo, o el todo mismo, en el que las diferencias físicas o psicológicas no se consideren importantes porque vamos más allá de ello... ese mundo puede estar mucho más cerca del paraíso de amor,armonía y paz con el que soñamos.

Pero... ¿cómo llegar a ese mundo? Según el pensador Ken Wilber, desde pequeños nos enseñan a trazar una serie de líneas imaginarias que separan y compartimentan nuestra realidad, siendo la primera de esas líneas la que separa nuestro cuerpo del resto del mundo. Según Wilber, esa línea es tan ilusoria como la frontera trazada en un mapa. En posteriores entradas seguiremos analizando la diferencia y su superación. Mientras tanto, un buen ejercicio sería, como hace Wilber, analizar la realidad o falsedad de todas esas líneas que con tanta rotundidad dividen nuestro mundo.

2 comentarios:

  1. Como siempre, tus reflexiones resultan inteligentes y profundas y, lo mejor de todo, invitan a su vez al lector a la reflexión.

    El principal problema que veo yo (bajo mi punto de vista) es tratar de hacer extrínseco algo que creo que es intrínseco al ser humano: el bien, como el mal, forma parte indivisible del individuo, aunque en algunos en particular una de las dos partes eclipse a la otra.

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  2. ¡Hola Raúl!
    Gracias por tu comentario y bienvenido a este rincón. Sí, claro qu el mal y el bien son intrínsecos al ser humano. En este plano que habitamos, donde las cosas empiezan y acaban, donde la falta de luz se convierte en oscuridad, donde los individuos nacen, sufren, gozan y mueren, existen el bien y el mal. No son extrínsecos a este mundo, desgraciadamente a mi entender. No sé si ha parecido que opinaba así al tratar de diseccionar este tema. Son inherentes a nuestro mundo, aunque quizás sí ajenos a otro mundo de Luz y Conciencia del que nos han hablado algun@s amig@s por aquí. Pero yo en este blog me intereso en concreto por este mundo, por más que muchos sabios lo llamen el mundo ilusorio, y me pregunto por qué es así: por qué hay violencia, por qué hay dolor, por qué existe ese mal que ojalá -para sus víctimas- fuera relativo.

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