jueves, 28 de mayo de 2009

El muro infranqueable

Cerremos los ojos por un instante e imaginemos cómo sería nuestro mundo ideal. Aquel donde nos gustaría vivir siempre. Dejando de lado diversidades geográficas (unos imaginarán una playa de blanca arena, otros un bosque verde, otros una hermosa ciudad...), sin duda casi todos soñarán en un mundo donde los seres humanos viven en paz, en armonía con ellos mismos y con la naturaleza y los animales. Un mundo en que todos somos iguales, nadie discrimina a nadie, todos se respetan, no existen las guerras, el robo, la corrupción. ¿A quién no le gustaría vivir en un mundo así?

Igualmente, a todos nos horroriza ver imágenes de guerras y conflictos, de miseria, muerte, seres humanos matándose entre ellos, seres humanos matando y torturando animales y destrozando la naturaleza, dolor, tragedia, desolación. Nos angustia, cerramos los ojos y nos sentimos impotentes, y al final, inevitablemente, nos preguntamos ¿por qué?

¿Por qué no lo hemos conseguido? ¿Por qué, si casi todo el mundo aspira a ese estado de armonía, paz y respeto, en la práctica vivimos tan alejados de ese ideal?

Para comenzar a averiguar la respuesta, tal vez sea una buena aproximación preguntarnos: ¿dónde empieza el mal? ¿En qué momento comenzamos a alejarnos de ese paraíso armonioso en el que nos gustaría vivir? En mi última entrada hablé del bien y el mal como una línea continua con distribución normal. Si esto es así, las posiciones situadas hacia los extremos son bastante evidentes (el mal descarado y el bien más obvio), pero las que están hacia el centro son más difíciles de catalogar. Si, por ejemplo, siento envidia por alguien, ¿estoy ya empezando a alejarme del paraíso idílico del mundo en respeto y armonía y comenzando a aproximarme, aunque solo sea un poquito, al infierno de las guerras y la destrucción?

Mi opinión es: sí. Puesto que el mal y el bien forman una línea continua, entre vivir en el paraíso de paz que todos queremos y el infierno de destrucción que todos rechazamos hay muchos puntos intermedios, y si realmente aspiramos a habitar algún día ese paraíso, deberíamos conocer los mecanismos que nos apartan de él.

Existe un enorme muro que nos separa de ese mundo de respeto y paz con el que soñamos. Sería muy positivo saber dos cosas. Una, que ese muro lo construímos nosotros mismos, y otra, saber en qué momento estamos añadiendo ladrillos al muro. Y sospecho que esos momentos son muchos. Y sospecho también que, la mayor parte de las veces, no somos conscientes de ello. Un ladrillo no hace un muro, por eso nos cuesta ser conscientes de nuestra propia responsabilidad en esta fechoría. Pero muchos ladrillos, que vamos poniendo entre todos poco a poco sin darnos cuenta, al final crean una barrera fea, enorme, infranqueable. Y de pronto la vemos y nos preguntamos "¿pero quién ha puesto eso ahí?".

Como el final del mal ya es de sobra conocido (guerras, tortura, muerte...) analizaremos el principio. Cuándo comienza. Cuándo estamos añadiendo esos ladrillos al muro. Creo que son muchos los posibles orígenes. O quizás uno que se manifiesta de muchas formas. Tengo la profunda sospecha de que la verdadera raíz está en el sentirnos diferentes y olvidarnos que somos una unidad. En percibirnos separados. Así, los demás son potencialmente peligrosos, y además no nos importa lo que les ocurra, mientras no nos ocurra a nosotros mismos. Muchos maestros espirituales han hablado de esto. Pero, como de costumbre, no debería servirnos lo que digan otros, deberíamos investigar por nosotros mismos. Porque esas conclusiones son las que nos valen.

En sucesivas entradas analizaremos los posibles motivos que nos hacen apartarnos del mundo idílico en que deseamos vivir. Acaso no es esta la mejor manera de comenzar a vivir en ese mundo. Y quizás entre todos acabemos sacando algo en claro. Mientras tanto, y como siempre, feliz viaje...

miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Cuál es la naturaleza del mal?

¿Por qué existe el mal? ¿Por qué sucede que a alguien se le ocurre hacer daño a otro? Puedo estar con una persona sentado tranquilamente, charlando con ella y transmitiéndole mi afecto y mi apoyo, o bien puedo torturarla. Y entre esos dos extremos hay muchas situaciones intermedias posibles: puedo hablar con ella pero sin transmitirle afecto alguno. Puedo decir cosas aparentemente inocuas pero que sé que, sutilmente, pueden hacerle daño. Puedo gritarle que es un estúpido, o estúpida....

Una de las primeras cosas que me queda clara es que el mal no es algo absoluto. En la realidad dual en que vivimos, la luz y la oscuridad forman una línea continua entre la oscuridad absoluta y la luminosidad más cegadora. Así también ocurre con el bien y el mal. Hay muchos niveles de conciencia y muchas formas de actuar, muchas formas de percibir el mundo y muchas de relacionarnos con los demás. El mal opera en muy distintos niveles, asoma tímidamente la cabeza cuando sentimos celos o envidias, se deja ver un poquito más cuando mentimos o manipulamos, saca la cabeza y el torso cuando traicionamos o cuando somos cómplices de lesiones a otros, y así sucesivamente.

En las formas más sutiles del mal, no nos damos cuenta que estamos operando al otro lado de la línea divisoria. Hemos interiorizado y asumido ciertas conductas como normales, cuando muchas de ellas son altamente cuestionables. Tenemos manía a una compañera o compañero de trabajo, y casi sin darnos cuenta, boicoteamos sus méritos. Vemos un insecto y lo matamos porque nos molesta, sin pensar que estamos destruyendo una vida. Estamos enojados por algún asunto en particular y lo pagamos gritándole a nuestra pareja o a quien tenemos más cerca, que no tiene la culpa de nada.

Si existe una línea continua entre el bien absoluto y el mal absoluto (como entidades ideales, pues no me atrevo a afirmar la existencia de estos dos extremos), es presumible que la conducta de la población se distribuya en esta línea siguiendo una curva normal. Es decir, la mayoría de la población se moverá en torno a la mitad de la línea, alrededor de la división entre el bien y el mal, justo ahí donde no está tan claro qué es el bien y qué es el mal (normal que entonces los relativicemos o dudemos de su existencia). La menor parte de la población se moverá en torno a posiciones más extremas: de un lado, personas espiritualmente avanzadas, filántropos, altruistas, luchadores por el cambio social o simplemente gente bondadosa y amorosa. De otro, todo aquello que el cine y otras artes se deleitan en describirnos: gente asesina, corrupta, estafadora, etc.

Es de tener en cuenta la existencia del mal como algo cuantitativo y no cualitativo, primero porque ayuda a romper mitos: que nadie piense que es siempre bueno o siempre malo, o que se trata de categorías absolutas e incompatibles y que siempre estamos en una de ellas, por ejemplo el bien porque somos buenos/as. Y en segundo lugar, porque al ser un fenómeno gradual, es importante ser conscientes de cuándo hemos traspasado la línea o existe el peligro de que avancemos por ella (suponiendo que nos preocupe no causar mal en nuestra vida, como es mi caso).

En posteriores entradas seguiremos investigando sobre el origen del mal. De momento un primer acercamiento para conocer su naturaleza. Y como siempre, son muy bienvenidas las opiniones de ti que me estás leyendo.

martes, 26 de mayo de 2009

Selig = Ufano, dichoso

Introducción

O la esencia del mal. Vivimos en una realidad que se manifiesta a sí misma en una fastidiosa dualidad. Todos hemos oído que para exista la luz, debe existir la oscuridad, o que para que el bien resalte debe existir el mal. También habremos oído sin duda esas hermosas frases como “el bien y el mal son relativos”, “el mal es relativo” o incluso “al fin y al cabo, qué es el mal”, llegando a la temida “el bien y el mal no existen”.

Creo firmemente que sí existen. Como decía un personaje de aquella película “K-PAX”, que se creía extraterrestre, “el bien y el mal existen, todo el universo lo sabe. Sólo los humanos lo ignoráis”. Por supuesto respondía a una pregunta parecida a las del primer párrafo.

Dicen los maestros que la realidad es una, más allá de la percepción humana. Dicen que el universo es mental, ideación de una Conciencia, escrita así, con mayúsculas. Dicen que el tiempo es una percepción humana, y que los extremos de luz y oscuridad, nacimiento y muerte conforman una realidad dual aparente, la realidad manifestada. La que nos ha tocado a quienes hemos tenido la suerte o la desgracia de nacer en este planeta y en este momento.

En este blog hablaré de todo esto, independientemente de quién me lea, lo haré porque necesito hacerlo y en el tiempo que me ha tocado vivir hay herramientas que lo permiten. Sólo pretendo divagar y por supuesto, expresarme. También incluiré fotografías, vídeos, poemas o lo que me apetezca. A quien llegue hasta aquí, bienvenid@ y feliz viaje en la búsqueda de la Luz.