viernes, 1 de mayo de 2015

El espejo


El espejo sostuvo mi retrato durante un tiempo, pero al cabo decidió que no era aquella la configuración de colores y formas que prefería, y cambió de sortilegio. Poco a poco mi imagen se fue transformando en un extraño entramado de colores. Los colores se cruzaban entre ellos formando extrañas y complejas figuras geométricas. El espejo decidió guiarse por el único lenguaje universal: las matemáticas.

Poco a poco las formas y colores que constituían mi imagen, que hasta hacía poco había estado allí serena y aquietada, se fueron mezclando y remezclando entre ellas elaborando estructuras enormemente complejas, un desfile de fractales danzando frente a mi, revelándome los secretos más antiguos del universo, aquellos que no pueden ser descritos con el lenguaje y la inteligencia humana.  Mi mente se veía atraída por todas aquellas caprichosas pero perfectas formaciones, que la llamaban en un lenguaje que yo no entendía, pero que era más poderoso que el rugido de un huracán, y al que sabía que no iba a poder sustraerme.

El espejo se convirtió en la puerta de entrada. Intuí que ya nunca nada volvería a ser lo mismo. Me dejé llevar. Al mirar hacia abajo, vi que mi cuerpo ya no estaba ahí. Lo que estaba ocurriendo en la esmerilada superficie que había frente a mi se reflejaba enfrente. Ahora yo debía reflejar lo que allí estaba ocurriendo. Mis moléculas cambiaron su forma de girar y comenzaron a obedecer las órdenes del que otrora fuera su reflejo. Mi ser se desfragmentó y descompuso, a tal punto que ya no existía en forma sólida, perdí mis sentidos y órganos motrices, me convertí en una danza organizada de moléculas recreando ecuaciones matemáticas.

Lo que no comprendía es cómo mi mente podía seguir funcionando, sin un soporte que la alojara y sostuviera, o al menos sin su soporte físico habitual. “La mente es independiente del cuerpo”. Ajá, era verdad. La habitación en la que antes estaba se había transformado en muchos colores, formas y sonidos que ahora se entremezclaban conmigo, mi ser se diluyó en un baile cósmico de células que se movían en direcciones que yo no comprendía. Ya no había espejo, ni puertas, ni paredes ni ventanas, sólo formas geométricas complejas cambiando de configuración una y otra vez.

Mi mente seguía contemplando aquello, pero ya no podía llamarlo mi mente, no había una conciencia del yo, no había límites que separasen nada porque no había cosas que pudieran ser separadas, todo se mezclaba, remezclaba y confundía en una perfecta sinfonía de movimientos imprevisibles pero plausibles. No había límites delante ni detrás, en el espacio ni en el tiempo. No había un mañana ni un ayer. Sólo el eterno baile de las moléculas.